Pollo a la naranja.
Mi hermano, que es de todo un poco, también es muy malo para contestar sus mensajes. Es de esas personas que pueden pasar con un mensaje en el whats sin abrir por días. Si fuera comida, se le echaría a perder y aunque no lo sea, algunos tienen fecha de caducidad y cuando los abre, ya no tiene ningún sentido leerlos, escucharlos y mucho menos, contestar.
Fue lo que pasó con un mensaje que le mandé hace unos fines de semana para vernos. No lo vio a tiempo. Lo dejó caducar. No nos vimos y me quedé con ganas de saludarlo. Por su puesto no me hizo gracia el poco caso que me hizo, siempre le digo que debería estar más al pendiente de esas cosas. Que debería de contestar aunque sea un, no puedo. Que debería estar al pendiente de su celular y cuando está con nosotros, debería estar menos en él, porque también lo perdemos. Y entre tantas cosas que debería de hacer, se me regresa como boomerang un, debería de meterme menos en su vida. Debería llamar cuando quiera verlo. Debería medir menos el afecto con esas cosas.
Pero es que para mí el cuidado en esos detalles tiene que ver con la representación del amor que se le tiene a las personas. Y ojo, que la atención no tiene que ver con la inmediatez de la respuesta, si no, con el seguimiento. Con el cuidado de esas cosas que en esencia son pequeñas, pero que pueden simbolizar algo mucho más grande. Con cumplir ese, aquí estoy cuando lo necesites, de verdad y no sólo después de las tres cervezas que nos hacen decirnos cuánto nos queremos. Con que ese, cuenta conmigo, sea a pesar de la distancia y no que dependa de ella.
Cuando hay una relación entre dos personas que viven en ciudades distintas, las muestras de afecto cambian. Representan lo que no se puede tener al no estar de frente, un abrazo, un guiño, una palmada en la espalda, un beso y hasta un, que bueno que viniste.
Ahora le tocó a él venir, pero a diferencia de mí, me marcó. Me dijo que estaba en casa de mis papás y quería que nos viéramos. Cuando llegamos, llevaba poco más de hora y media preparando la comida. Nos saludamos y me contó lo que estaba haciendo, pollo a la naranja. Una receta sencilla para los que no sabemos de cocina. Un platillo que le llevó más de dos horas, nada más. A modo de broma le dije que lo hacía para reivindicarse -como si lo necesitara- y a modo de disculpa, me contestó que sí, un poco era por eso. Platicamos, nos reímos y el tema dejó algunas palabras en el aire sin peso para ninguno de los dos.
Mi hermano, que es de todo un poco, también es lo que podríamos considerar el chef de la familia. Y encuentra en cocinar para los demás una de las expresiones más puras para demostrar su amor. Se dedica, investiga y sobre todo, le invierte su tiempo. Se entrega en cada plato que nos cocina.
Entonces entendí que así como todos tenemos distintos lenguajes del amor aún cuando estamos juntos, los tenemos también cuando estamos lejos. A algunos nos importan los mensajes, a otros las llamadas y a otros, las recetas que pueden ir consiguiendo en el camino para cocinar cuando nos encontremos.
Mi hermano, que es de todo un poco, también -a veces- se ha vuelto mi maestro.
Ahora espero que no me conteste mis mensajes, para ver qué otra cosa se le ocurre cocinar la próxima vez que nos veamos.